"No creo que cambie nada": Grecia y su futuro
Las elecciones en Grecia nunca habían tenido tanta repercusión
mediática. Hasta hace unos años sólo merecían un breve espacio en los
informativos de radio y televisión, y quizá un par de columnas en la prensa. Ahora,
Grecia se ha convertido en la protagonista de un partido que interesa a toda
Europa, porque sus consecuencias pueden marcar un antes y un después en la política y la economía del viejo continente. Es evidente que algo importante está en juego, cuando vemos a políticos europeos intentando influir de una forma tan clara en la opinión ciudadana de un país miembro, con vagas promesas y,
sobre todo, mediante amenazas de perderlo todo.
Lo que no sé es si el miedo será suficiente para hacer
cambiar de opinión a un pueblo al que ya casi no le queda nada. Los griegos
están enfadados, y con razón. Casi tanto como podríamos estarlo los españoles,
que por alguna extraña razón estamos demasiado calmados (y eso que somos de armar
motines hasta por el tamaño de las capas). Más allá de tener unos políticos
nefastos, que año tras año han escondido todos los problemas debajo de la
alfombra, la situación en Grecia está llevando al límite a sus ciudadanos.
Estos últimos días he estado hablando con dos amigas griegas para conocer su opinión. Helena y Atenea (nombres ficticios) tienen 22 y 24 años, son estudiantes universitarias y viven en Tesalónica, la
segunda ciudad de Grecia por número de habitantes. No hay nadie en su entorno que no se haya
visto afectado por la crisis de una forma u otra: peores servicios públicos,
mayores impuestos, menores sueldos, productos básicos más caros y mínimas
esperanzas para encontrar un trabajo que no sea precario, especialmente para
los jóvenes, cuya tasa de desempleo es superior al 50%. No sólo eso; como dice Atenea, la crisis es también psicológica: “hay mucho estrés, tristeza
y miseria; la gente se siente desesperada y eso ayuda a que crezca la
intolerancia y el extremismo”.
"Con las circunstancias actuales no será fácil gobernar; da igual el partido político o las habilidades del ganador". -Helena
Por eso les pregunto si tenían pensado ir a votar este fin
de semana. Atenea no ha ido a su colegio electoral, a pesar de que la Ley
Electoral griega obliga a todos los ciudadanos a ejercer este derecho, porque no
se siente representada por ninguno de los veintidós partidos que aspiran a
conseguir un escaño en el parlamento. Helena tampoco se siente representada por
ninguno de los partidos, pero sí que ha ido a votar. Ella puntualiza que ha
sido un voto emocional, motivado por el pésimo comportamiento de los dos
partidos que han gobernado Grecia durante los últimos treinta años, Nueva
Democracia (derecha) y PASOK (socialistas, centro-izquierda), y que le ha movido su deseo de “llevar al bipartidismo
griego a su histórico final”.
Ni siquiera ven a Alexis Tsipras como la solución a los
problemas del país. “Tsipras es valiente y está dispuesto a cambiar cosas, pero
esos cambios no son tan revolucionarios como esperaba de un comunista; en
cualquier caso, si consigue realizar la mitad del programa de Syriza será todo
un éxito” afirma Helena, sabiendo que si resulta elegido tendrá que lidiar con
los compromisos económicos ya firmados con la Unión Europea. De opinión parecida es Atenea, que piensa que el
candidato de la coalición de izquierda no conseguirá solucionar los conflictos abiertos, aunque cree que por lo menos no hará más recortes ni aumentará
impuestos que sigan exprimiendo a los agotados ciudadanos.
Quizá por esto, su opinión sobre su futuro y el de su país
no es muy optimista. La respuesta de Atenea es rotunda: “no creo que cambie
nada”. Por su parte, Helena cree que salir de las dificultades por las que atraviesa
Grecia depende de la globalización y el capitalismo, y que mientras no se
solucionen éstos no se verá la luz al final del túnel. “Los griegos hemos
peleado mucho durante los últimos años para que nuestra voz se oyera, pero a
pesar de ello nada ha cambiado para mejor”, concluye.
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