La francesinha o el culmen de los bocadillos
He cruzado la península ibérica de arriba a abajo y de lado a lado durante todos estos años. En avión, en tren y sobre todo, en autobús o en mi propio coche. Eso me ha llevado a parar muchas veces en muchos bares de carretera, restaurantes "caseros" y ferias de pueblo para reponer fuerzas antes de seguir mi camino. He catado muchos platos combinados, muchas hamburguesas y muchos pinchos de tortilla. Pero en todos mis viajes nunca he encontrado un bocadillo que pueda superar a la francesinha portuguesa. Hay siete maravillas culinarias de las que los portugueses presumen: la alheira de Mirandela, el queso da Serra da Estrela, el caldo verde, el arroz de marisco, la sardina asada, el cerdo a la alentejana y el pastel de Belém. Todos ellos son platos que cualquiera que guste del buen comer, y pase por tierras lusas, debe probar. A esas delicatessen imprescindibles y estupendas, yo añadiría la francesinha como la octava maravilla culinaria de Portugal. Este plato es t